Finlandia es uno de los países más septentrionales del mundo, una buena parte de su territorio se encuentra por encima del Círculo Polar Ártico, en invierno eso significa que las horas de luz solar y la intensidad de ésta se reducen considerablemente.
La época del Kaamos se extiende desde finales de noviembre hasta mediados de enero, Laponia queda envuelta en un halo azulado, una estampa llena de misterio y de belleza. El sol se mantiene bajo en el horizonte y da la sensación de ser una continua amanecida. Kaamos viene a significar tiempo de oscuridad.
Su duración es variable, dependiendo de la latitud: en Utsjoki, en la frontera con Noruega, dura del 26 de noviembre al 17 de enero. En Saariselkä, un mes desde la primera semana de diciembre y el día dura sólo una hora; sin embargo, el cambio se produce rápidamente, a mediados de febrero el día ya dura más de siete horas. En Luosto, entre el 19 y el 25 de diciembre, la única luz es un azul oscuro, es lo que se llama el kaamos completo.
La indescriptible belleza del Kaamos debe ser admirada a pequeñas dosis, la falta de horas de luz produce un extraño sentimiento de tristeza y depresión, además de somnolencia. Se cuenta que un joven turista alemán llegó a la ciudad lapona de Inari con intención de quedarse un par de semanas para esquiar y hacer acampadas en el parque de Lemmenjoki, sin embargo, a los cinco días tomó el camino de vuelta al no poder soportar el silencio, la oscuridad y la creciente necesidad de dormir. El desorden afectivo estacional es algo muy común en Finlandia.
Si la luna brilla, las noches no son del todo oscuras, ya que el reflejo de la nieve permite cierta visibilidad, dando lugar a una estampa enigmática, incrementada por las antorchas que colocan los lugareños. A últimas horas de la tarde es más probable que aparezcan los revontulet o fuegos del zorro, según una leyenda Sami, la cola del zorro barre la nieve ártica y provoca esa polvareda de colores que todos conocemos como aurora boreal.
La mística del Kaamos envuelve el invierno en Laponia, la tenue luz ártica acompaña al pueblo Sami, los primeros que contemplaron la belleza de estas inhóspitas tierras a las que poco a poco fueron empujados por las tribus finesas.
Fotos: Marja Konimaki
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